El juego es la base de la comunicación del ser humano, nuestras primeras interacciones son puro juego, aquí es donde comienzan a elaborarse las primeras organizaciones mentales, la planificación, la causa-efecto, la permanencia del objeto, el reconocimiento del otro, la motivación, la participación y todo en el marco de la experiencia más motivadora que pone en orden nuestra atención, concentración y memoria.
Nuestras madres nos enseñan a jugar pero nos enseñan mucho más que eso, nos enseñan a elaborar estrategias de reconocimiento del otro, del entorno y de autoconocimiento. Nos muestran la vida con emoción, dulzura y pasión, como si en cada gesto, mirada, objeto estuvieran encerradas las claves de la existencia humana, lo magnifico de vivir y estar vivos.
Con forme crecemos, y a eso llamamos evolución, esta sensación lúdica, sensorial y comunicativa se disipa, todo se vuelve más mecánico, más frío y más artificial, quizás es un proceso natural pero cuando se trata de educación y de analizar las estrategias educativas ya sea en el marco familiar como el terapéutico hemos de hacer un alto en este punto tan esencial. En los primeros pasos en los que se crea esa capacidad de aprender que es tan asombrosa de los bebes, en estadios ricos en contacto humano, estimulación sensoriomotriz, fuerza emocional espontánea y seguridad vinculada a nuestros progenitores.
¿Porqué dejamos de jugar? ¿Porqué nos cuesta sorprender y sorprendernos? ¿Dejaremos de pretender dar lo mejor a nuestros hijos sin saber recibir lo que ellos nos dan, jugando? Ellos tienen la llave de sus necesidades, de lo que requieren en cada momento. Miramos hacia afuera sin mirarnos hacia dentro y eso hacemos con nuestros niños, miramos su entorno preocupándonos de que tengan muchísimos juguetes y estimulación pero no miramos su interior, lo que dice su cuerpo, sus manos, su expresión. Vivimos de puertas hacia fuera y no cultivamos el interior. Estamos hablando de momentos de calidad, no hay que tener muchas experiencias si no que hay que vivirlas y los primeros que hemos de hacer ese proceso somos nosotros como padres, madres, profesionales, profesores… Lo que no nos motiva no podemos utilizarlo para motivar a los demás. A veces hemos de sentarnos a lado de nuestros hijos y escuchar, observar, escuchar y observar de nuevo porque ellos son los verdaderos maestros, ellos tienen eso que con los años hemos perdido, la magia de saber vivir todos los segundos con verdadera intensidad para que tengan significado y permanezcan. Ellos son los maestros y nosotros somos simples maestros que se volvieron aprendices porque olvidaron jugar, mirar, leer, escuchar, entender, empalizar… esos son los verdaderos aprendizajes, la base para el posterior éxito personal y en consecuencia social, la seguridad, la autoestima, el autocontrol… son fruto de esos procesos.
Cuando educamos en estos primeros estadios después de los duros meses de crianza parece que comienza una fase en la que nuestro niño responde, nos mira, nos atiende y parece un libro abierto deseando que escribamos las primeros capítulos donde todo se reduce a seguir atendiendo al sueño, el hambre, el llanto y la limpieza. Después comienzan los conflictos, la autodeterminación, la posesión, las crisis y en vez de emplear la misma comunicación lúdica que teníamos en los primeros meses cambiamos el rol y comenzamos a distanciarnos de nuestros pequeños. Desde esta nueva posición, desde ahí lejos la comunicación en estas primeras fases donde ensayamos las primeras herramientas de manejo social y personal nos ponemos en frente indignados de que nuestros hijos no sigan eternamente en nuestro círculo de control y comiences a comportarse como personas con pensamientos, voluntades y preferencias propias aunque sean sencillas que no simples.
El ser humano y los padres, estos somos otra especie de humano, somos un mar de conflictos y de mareas que jugamos con sus subidas y bajadas intentando mantener nuestra tripulación colocada y en alerta para no naufragar. Así que como consejo os diré… jugar, jugar e intentar jugar cada día, y cuanto mayor sea la dificultad mayor la necesidad a seguir atrayendo la atención de vuestros hijos, alumnos y pacientes para poder conducirlos al sitio donde puedan ver las situaciones desde otra perspectiva sin bloquearse y sin la soledad que produce el proceso de gestionar el entorno, a los demás y, sobre todo, a nosotros mismos.
Cristina Oroz Bajo
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