Hay una frase que me sale con fuerza, porque la escucho demasiado en consulta, en colegios, en conversaciones entre profesionales y en redes:
Alguien tiene que decirlo: basta de romantizar el autismo.
Y no lo digo para apagar esperanza. Lo digo para protegerla.
Porque cuando convertimos el autismo en un relato “bonito” a toda costa, lo que hacemos sin querer es borrar una parte de la realidad que muchas familias viven cada día. Y cuando esa realidad se borra, se borra también el derecho al apoyo.
Quiero decirlo con cercanía y con respeto: no todo el mundo puede hablar del autismo desde el mismo lugar. No es lo mismo mirar desde fuera que sostenerlo desde dentro. No es lo mismo compartir un post inspirador que vivir una noche entera sin dormir porque tu hijo está desregulado, o porque tú estás en alerta constante esperando la próxima crisis.
Y aquí está el punto: cuando el discurso público se llena de frases bonitas, muchas familias sienten que no tienen permiso para decir la verdad. Y si no hay permiso para decir la verdad, tampoco hay espacio para pedir ayuda.
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Romantizar no es respetar
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Romantizar suena bien. Parece una forma de defender la neurodiversidad. Pero hay una diferencia enorme entre celebrar i maquillar.
Celebrar la neurodiversidad es reconocer que existen otras formas de percibir, sentir, aprender y comunicar. Es mirar a la persona con autisme con dignidad, sin pena y sin estereotipos. Es dejar de exigir “normalidad” como condición para el respeto.
Romantizar, en cambio, es convertir una condición neurológica en un eslogan: “es un superpoder”, “son todos genios”, “solo piensan diferente”. Y esa simplificación tiene un coste.
Perquè no es bonito cuando un niño se autolesiona porque no puede comunicar su dolor.
No es inspirador cuando una familia deja de salir de casa por miedo a una crisis en público.
No es mágico cuando unos padres no duermen en meses.
Y negar esto no ayuda a nadie. Solo deja a la gente sola.
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La trampa emocional: cuando lo “bonito” se convierte en silencio
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Hay una trampa muy peligrosa en esta romantización: la culpa.
Si el mensaje social es “esto es un superpoder” y tú estás agotada, asustada o triste, es fácil que aparezca esa idea venenosa: “yo soy la que está fallando”.
Y no. No estás fallando.
Estás viviendo algo complejo. Y lo complejo necesita apoyo, no frases bonitas.
Muchas madres y padres se sienten obligados a sonreír en público, a justificarlo todo, a demostrar que “lo llevan bien”. Y por dentro están rotos, cansados, con miedo, con una soledad que no se ve en Instagram.
La romantización, aunque parezca positiva, puede convertirse en una forma de invalidación: si tú dices “me está costando”, alguien te responde “pero míralo como un regalo”.
Y aquí va una reivindicación clara: no se le puede pedir a una familia que convierta el dolor en poesía para que el mundo lo tolere.
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El daño real de romantizar el autismo
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Romantizar no es neutral. Tiene consecuencias.
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1) Culpa para las familias
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Cuando el relato dominante dice que “es un superpoder”, muchas familias sienten que no tienen derecho a estar mal. Y eso es cruel.
Porque estar mal no significa no amar. Estar mal significa estar cansado. Significa estar sosteniendo mucho.
Y cuando una familia se siente culpable por estar cansada, deja de pedir ayuda. Y cuando deja de pedir ayuda, se queda sola.
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2) Minimización profesional (y retraso en los apoyos)
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Cuando se romantiza, también se minimiza. Y cuando se minimiza, se interviene tarde o se interviene mal.
Se normalizan señales de sufrimiento.
Se interpreta la desregulación como “manipulación” o “mala conducta”.
Se espera que el niño “se adapte” sin herramientas.
Se confunde inclusión con presencia.
Y eso no es respeto. Eso es abandono con buena intención.
Como profesional, te lo digo con honestidad: la buena intención no compensa la falta de herramientas. Y el precio lo paga el niño.
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3) Incomprensión social
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Si la sociedad cree que el autisme es “solo ser diferente”, entonces no entiende por qué hacen falta adaptaciones, apoyos, recursos, acompañamiento.
No entiende por qué una familia necesita ayuda.
No entiende por qué un aula necesita estructura.
No entiende por qué una persona autista puede necesitar apoyos toda la vida.
Y cuando la sociedad no entiende, juzga. Y cuando juzga, aísla.
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4) Recortes de recursos
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Y aquí viene lo más peligroso: cuando algo se percibe como “no tan grave”, los recursos se reducen.
Menos apoyos en el aula.
Menos atención temprana.
Menos formación.
Menos acompañamiento a familias.
Menos tiempo para intervenir de verdad.
Y luego nos sorprendemos de que haya burnout docente, familias desbordadas y niños sufriendo.
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El autismo puede ser hermoso y desafiante a la vez
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La reivindicación no es “todo es terrible”. La reivindicación es la verdad completa.
El autisme es una condición neurológica que puede traer fortalezas reales: sensibilidad, memoria, foco, honestidad, creatividad, formas únicas de ver el mundo.
Y también puede traer desafíos reales: comunicació, regulación sensorial, flexibilidad, ansiedad, sueño, alimentación, autonomía, interacción social.
No tenemos que elegir un extremo.
Podemos decir: hay belleza y hay dificultad.
Podemos amar profundamente a nuestros hijos y, al mismo tiempo, reconocer que hay cosas que duelen y que cuestan.
Podemos celebrar la neurodiversidad sin negar el sufrimiento.
Y esto es importante: reconocer la dificultad no es ser negativo. Es ser honesto. Y la honestidad es el primer paso para construir apoyos reales.

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Lo que el autismo no necesita (y lo que sí)
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El autismo no necesita ser romantizado.
Necesita ser comprendido.
Y comprender no es opinar. Comprender es mirar con criterio:
- Qué está comunicando esta conducta.
- Qué está desregulando a este niño.
- Qué apoyos necesita para participar.
- Qué ajustes necesita el entorno.
- Qué herramientas necesita la familia.
La comprensión se traduce en acciones concretas.
Y aquí va otra reivindicación: no podemos seguir pidiendo a las familias que aguanten. Tenemos que pedir a los sistemas que respondan.
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Respeto + apoyo: lo mínimo para hablar de dignidad
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Si tuviera que resumirlo en una frase, sería esta:
El respeto sin apoyo se queda corto.
Porque el respeto real se demuestra cuando el sistema responde:
- Amb comunicació funcional (no solo “que hable”).
- Con entornos preparados (no solo “que se adapte”).
- Con formación práctica para profesionales.
- Con acompañamiento a familias.
- Con recursos sostenibles, no parches.
Y también con algo que parece pequeño, pero no lo es: con un cambio cultural.
Que dejemos de mirar a las familias como “exageradas”.
Que dejemos de pedirles que sean héroes.
Que dejemos de usar la palabra “inclusión” como decoración.
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Una invitación: comparte tu verdad
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Si eres madre, padre, profesional o una persona autista y te atraviesa este tema, te leo.
COMPARTE TU VERDAD.
No para discutir quién tiene razón, sino para abrir espacio a lo que muchas personas callan.
La verdad no quita esperanza. La verdad la coloca donde debe estar: en las herramientas, en la comprensión y en el apoyo real.
Y si estás en España y necesitas orientación profesional para tu caso (familia, centro o docente), puedes escribirme desde el formulario de Contacte. A veces no hace falta más fuerza: hace falta un plan, herramientas y acompañamiento.