«No hay razón para sufrir. La única razón por la que sufres es porque así tú lo decides. Si observas tu vida encontrarás muchas excusas para sufrir, pero ninguna razón válida. Lo mismo es aplicable a la felicidad. La felicidad es una elección, como también lo es el sufrimiento»(Ruiz,M.)
- Sé impecable con la palabra.
La palabra es magia, es decreto, es proyección…, ten cuidado con lo que hablas y sobre todo con lo que te dices a ti mismo, recuerda que no hay nadie más cruel para ti. Las palabras que verbalizamos o las que pensamos nos están creando cada día. Las expresiones de queja nos convierten en víctimas; las crítica, en jueces prepotentes; un lenguaje machista nos mantienen en un mundo androcéntrico, donde el hombre es la medida y el centro de todas las cosas, y las descalificaciones autovictimistas (pobre de mí, todo lo hago mal, qué mala suerte tengo) nos derrotan de antemano.
- No te tomes nada personalmente.
Cada persona vive su propia película en la cual es protagonist afrontando su propia odisea, viviendo su vida y resolviendo sus conflictos y sus miserias personales y cada cual lo hace lo mejor que puede dentro de sus circunstancias y sus limitaciones. Las demás personas sólo somos figurantes en esa película que cada cual hace de su vida.
Hay mucha magia negra fuera, lo mismo que la hay dentro de ti misma, o de mí. En cualquiera, en algún momento de su vida, en algún momento del día. Todo el mundo somos «depredadores emocionales» alguna que otra vez.
«Tomarse las cosas personalmente te convierte en una presa fácil para esos depredadores, los magos negros… Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia basura. Pero si no te tomas las cosas personalmente serás inmune a todo veneno aunque te encuentres en medio del infierno», asegura Miguel Ruiz.
- No hagas suposiciones.
Tendemos a hacer suposiciones y a sacar conclusiones sobre todo. El problema es que al hacerlo creemos que lo que suponemos es cierto y montamos una realidad sobre ello.
«La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras… e incluso entonces, no supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular», insiste Miguel Ruiz. En última instancia y si te dejas guiar por la buena voluntad, siempre te queda la confianza… y la aceptación.
- Haz siempre lo mejor que puedas.
El cuarto y último acuerdo permite que los otros tres se conviertan en hábitos profundamente arraigados: haz siempre lo máximo y lo mejor que puedas. Siendo así, pase lo que pase aceptaremos las consecuencias de buen grado. Pero siempre podemos intentar ser impecables con la palabra, no tomárnoslo personalmente y no sacar conclusiones precipitadas… dentro de nuestras limitaciones físicas, anímicas y en general, de cada momento. Si lo intentamos, de la mejor manera que podemos, ya es suficiente.
Estos acuerdos que parecieran sencillos no son simples y requieren de su interiorización de un cambio de actitud, de ponerte otros ojos para ver la vida y que mejor que coger los ojos que miramos cada día, los de nuestros maestros, nuestros hijos. Os pondré un ejemplo muy claro de Andrea Mayoral que dice así…
Cuando terminé la lectura de estos cuatro acuerdos, creí que podría llevar a cabo esos acuerdos de forma sencilla, se veían muy fáciles de cumplir. Pero al poco tiempo me encontré de nuevo increpando a los niños, criticándolos por no hacer las cosas como yo quería. Y luego del sermón que les impartí a los dos, los dejé solos para que ordenaran su cuarto.
Pero justo al momento de cerrar la puerta pude escuchar una conversación que me abrió los ojos a esa sabiduría Tolteca:
-¿Por qué está mami enojada? -preguntó el más pequeño.
-Porque piensa que desordenamos el cuarto para fastidiarla -dijo el mayor en voz baja.
-Pero ¿está enojada conmigo?
-No lo creo, solo está enojada con los juguetes.
-¿Con los juguetes?
-Algo le debieron de hacer, para que cada vez que los ve por el piso, se ponga a gritar.
-Pero a mí no me han hecho nada, y cada vez que los guardamos se ponen muy tristes.
-Escondámoslo debajo de la cama. Así mamá no gritará más.
-No me gusta cuando mami grita.
-A mí tampoco. Me da miedo. Y cuando no puedo jugar con mis juguetes me pongo bravo, pero prefiero estar bravo que tener miedo.
-¡Ya sé que le pasa a mami! -exclamó el pequeño con entusiasmo-. Creo que no le gustan los juguetes, ¡porque ya no puede jugar con ellos!
Una sencilla conversación que me abrió el corazón y me hizo pensar que los niños ven la vida como los Toltecas, y que, si yo lograba recordar lo fantástico que era ver la vida desde la perspectiva de los niños, lograría poner fin a la dictadura de la perfección que atormentaba mi vida.A partir de ese momento, le he dedicado más tiempo a jugar con mis hijos. Guardar los juguetes se convirtió en un juego divertido que compartimos los tres. Ahora sé que no soy perfecta y mis hijos tampoco, ellos hacen lo que hacen porque es lo que hacen los niños y no porque quieran irritarme. No los he vuelto a gritar, o al menos he hecho mi mejor esfuerzo por no hacerlo y cada día trato de cumplir con esos cuatro acuerdos, tanto con mis hijos, mi esposo, compañeros de trabajo, amigos y con las personas en la calle porque la vida no es perfecta y ahora cada día me siento más feliz. (Mayoral, A.)
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